lunes, 16 de septiembre de 2013

Dadaísmos peruanos 1979-1986 (R. Vera)


Arte europeo del siglo XIX y XX, 2012-2
Rodrigo Vera

Herencias dadaístas en el arte peruano contemporáneo


La importación del dadaísmo europeo en el Perú, tanto en la poesía como en las artes plásticas, no ha tenido la suerte de otras tendencias de vanguardia que habrían de calar de un modo más hondo en la sensibilidad del artista contemporáneo nacional. Un vistazo general a la producción artística peruana desde 1950 hasta la actualidad nos muestra que no existe una tradición propiamente dadaísta en nuestro país, a diferencia de lo que sucede con el surrealismo, por nombrar una vanguardia cercana, en el que sí es posible encontrar grandes y conocidos exponentes en poesía  (Cesar Moro, Emilio Westphalen, Xavier Abril, etc.) y en pintura (Tilsa Tschilla, Gerardo Chávez, Fernando de Szyszlo, Fernando Tola, etc.).

No obstante ello,  es posible sugerir una vía de matices dadaístas que en el Perú tiene que ver más con algunos parecidos de familia dentro de ciertas tendencias locales esbozadas fragmentariamente desde finales de la década del 50 que con herencias conscientes determinadas a nivel formal o programático. Si cabe hablar entonces de influencia dadaístas en el arte peruano de las últimas décadas, tales influencias habría que trazarlas en la lógica de una reapropiación cultural de gestos típicamente Dadá a través de tendencias herederas de esta vanguardia como el pop art, el arte povera italiano, las performances y hapenning de los 60 o el arte conceptual derivado del Dadá duchampiano. Estos gestos Dadá, a lo cuales se incorpora una estética marginal producto del sincretismo urbano-andino a partir de la oleada migratoria de los 80, son básicamente los siguientes: 1) la crítica a la institución artística de raigambre pequeño–burguesa,  2) el binomio arte–vida como respuesta a las élites  oficiales del arte complacidas en un esteticismo inoperante alejado de cualquier posibilidad de transformación social, y 3) la intervención de íconos populares en clave humorística y desmitificadora.

En ese sentido, y no obstante habiendo aclarado antes que herencias dadaístas en sus diferentes matices podemos encontrar en personalidades tan dispares como Jorge Eduardo Eielson, Felipe Buendía, Gloria Gómez Sánchez, Emilio Bustamante, Jaime Dávila, Eduardo Moll, Rafael Hastings, etc., he decidido concentrarme básicamente en las décadas que van desde finales de los 1970 hasta finales de los 1980. Ello porque dada la distancia histórica necesaria como para juzgar una determinada tradición artística, se puede advertir en esta época una cierta continuidad y/o relación suficiente entre los artistas como para hablar allí de un canón distinto, paralelo al aceptado en la plástica peruana oficial. Esta “tradición” de cierta herencia dadaísta, como veremos, suele recibir el nombre de “alternativa”, “contracultural” o simplemente “crítica” y vendría a formar parte de lo que el crítico peruano Juan Acha, denominó en los años 60 “arte no-objetual”, tendencia vinculada a la condición efímera de ciertas prácticas artísticas nacidas para criticar los sistemas más convencionales de representación, producción, circulación y consumo de la obra (instalaciones, happenings, performances, etc.).

Dentro de este marco, analizaré en primer lugar algunas obras y acciones del Festival Contacta 79 en la que artistas del Grupo Paréntesis tuvieron una participación protagónica. Luego abordaré lo que se conoce como los trabajos más importantes del colectivo formado en los 1970, EPS Huayco, esto es, su proyecto de Arte al Paso de 1980 y su posterior redefinición en la obra Sarita Colonia del mismo año. Finalmente, pasaré revista a algunas propuestas más vitalistas del colectivo “Los Bestias” (1984–1987), así como de la escena musical subterránea limeña articulada alrededor de este espíritu Dadá.

...

En 1979 se organizó en el parque Municipal de Barranco Contacta ’79, un “festival de arte total”, el cual reunió expresiones artísticas de diversa índole (erudita o popular) con motivaciones comunes como “crear los espacios necesarios para la divulgación de la creación artística actual en todas sus manifestaciones y propiciar el intercambio crítico entre las diversas posiciones” y  “reincorporar las artes a la realidad y reivindicarlas en su valor social” según un manifiesto del festival redactado en conjunto por Fernando Bedoya, Francisco Mariotti y Juan Javier Salazar[1]. La propia declaratoria  del manifiesto, así como la estética del  volante-manifiesto que serviría como propaganda del festival, sugieren ya ciertos visos Dadá que es pertinente analizar.

El volante-manifiesto consiste en una fotocopia sobre papel coloreada en sus bordes por una serie de pequeñas franjas rojas desde la cual se trazan, a partir de los extremos superiores, dos líneas diagonales cuyo encuentro se oculta gracias a una estructura escultórica que divide el volante en dos, ocupando esta la mayor parte del papel. A todo ello se superponen desprolijamente una serie de textos de distinto tamaño y tipografía. Las franjas rojas recortadas y las líneas diagonales apelan sin duda a una estética de sobre epistolar bastante común en la época. La estructura escultórica refiere al pseudo clásico desnudo que ocupa el centro de la plaza central de barranco. Un emblema provincianamente señorial ironizado por la brocha a sus pies y la banda presidencial que extiende sobre su pecho el primer verso del himno nacional, puesto incompleto y, de este modo, conjugado en imperativo como invocando una demanda política de actualidad urgente: “Somos libre, seámoslo”. La demanda libertaria del mensaje está inscrita además al exterior del sobre fotocopiado, no adentro, cual si fuera un parte de invitación a la inauguración de una exposición de galería, lo cual sugeriría un guiño irónico y mordaz dirigido al circuito oficial del arte elitista capitalino. No hay que abrir el sobre para sentirnos invitados al festival. La invitación se da per se para aquel con el que se tope con el volante, no para aquel a quien le llegue el parte a su domicilio. Ello anuncia la referencia a una subjetividad pública a la que se le da encuentro en la calle, no en el espacio cerrado de la galería, lo cual reafirma la idea de un arte disrruptivo que te toma por sorpresa en el andar cotidiano, opuesto a la experiencia museística en donde la mirada se suele complacer a priori en lo que observa dada el objeto de “Arte” que tiene al frente suyo. La estética Dadá de este volante manifiesto se evidencia así tanto en la elocuencia gráfica del soporte fotocopiado, precursora del fanzine local y deudora del collage dadaísta, como en la demanda política libertaria del mensaje y en la ironía desmitificadora de un icono escultórico intervenido.

Ahora bien, este gesto desmitificador de Dadá, a la vez lúdico y político, se muestra de un modo más agresivo y desconcertante en la procesión del Becerro de Oro realizado en el mismo festival y concebida por Fernando Bedoya (Grupo “Paréntesis”) como una “performance pagana y transgresión litúrgica”. La noche del domingo 28, en paralelo a la última misa celebrada en la iglesia del parque central de Barranco, Bedoya y varios artistas más pasearon en andas por sus alrededores a un ídolo informe cubierto de falsos dorados y monedas, a la vez que una comparsa teatral del grupo Cuatro tablas los precedía con golpes de tambores y otros instrumentos. Los participantes iban entonando mugidos y canticos diversos (incluso deportivos) hasta llegar a las puertas mismas del templo, donde quedaron pasivamente detenidos por la salida de los fieles. Finalmente la pieza fue abandonada y anónimos la incendiaron en la glorieta de la plaza, como en un inconsciente remedo de los holocaustos bíblicos[2].

Esta “performance pagana” de Bedoya nos recuerda a los eventos-rituales mas disparatados del Cabaret Voltaire dadaísta o quizá a los rituales pictóricos paganos del neo-dadaísmo de Herman Nitsch, pero sería desde luego vago e ingenuo quedarnos con esa referencia al contexto europeo sin aludir al mestizaje popular -andino que una performance como esta hace suyo en un contexto nacional en donde la ola de migración andina a la capital anunciaba ya su desborde. En efecto, un roce de religiosidades fragmentadas asomaba aquí tras la denuncia evidente del culto al capital. Iconología cristiana en fricción con un paganismo andino  reforzado por las mascarás populares con los que los cargadores cubrían sus rostros e insinuado además por la voluntad primera de utilizar como imagen a un torito de pucará (cerámica paradigmática del sincretismo andino) remplazado al final por una figura armada de deshechos sobre el contenedor de un paquete comercial de fósforos marca “La llama”, precisamente. Un boceto preliminar de la performance muestra con detalle los materiales utilizados para la pieza así como la procedencia de los mismos: los cachos del toro refieren haber sido encontrados en la playa (“perdidos”), los tubos de plástico recogidos en (“casa”), la caja de fosforo “Llama” encontrados abandonados en un rincón de San Isidro, etc. Se trata de un cúmulo de objetos “pobres” (deshechos del industrialismo urbano), provenientes de una geografía diversa, lo cual refuerza el nivel de fricción y heterogeneidad, no solo simbólica, sino también material, que una performance como esta ponía de relieve.

El mismo gesto que anuncia el encuentro, áspero pero fecundo, entre lo urbano y lo andino emergente lo podemos encontrar en el trabajo de EPS Huayco, colectivo formado en 1980 e integrado inicialmente por Francisco Mariotti, Maria Luy, Charo Noriega, Herbert Rodriguez y Juan Javier Salazar. La exposición titulada Arte al Paso en 1980 es un muestra contundente de esta nueva estética de fricción cultural. El colectivo presentó en el piso de la sala de la Galería Forum un mosaico de diez mil latas vacías de leche evaporada sobre cuyos aproximadamente dos mil metros cuadrados de superficie fue pintada una porción gigantesca de salchipapas, a la que acompañaba, puesto sobre las paredes de la sala, un conjunto de grabados de cada uno de los integrantes del colectivo y una serie de citas textuales de teóricos vinculados con la teoría social del arte (Juan Acha, Mirko Lauer, Federico Morais, Nestor Garcia Canclini, entre otros). 
Pero concentrémonos específicamente en la pieza de las salchipapas que ocupa casi todo el espacio de la sala. Lo primero que resalta es el espacio obstruido de la galería por las latas que alteraban la circulación cotidiana del espectador, relegando así los muros como soporte privilegiado. Ahora, en un nivel simbólico, la salchipapa, alimento popular de rápida cocción y bajo presupuesto,  hace referencia al ritmo de consumo apresurado de quien no tiene el tiempo ni el capital de pararse a comer en un restaurante (“la misma gente que tampoco va a una galería”, como señaló después el propio Mariotti). Y, al mismo tiempo, como señala Buntinx, la salchipapa “era el snack de moda entre una clase media-baja ansiosa por asimilarse al estilo globalizante del fast food. En cualquier caso, la expresión gastronómica de una modernidad miserable (Y Fugaz)[3]”.
A esta imagen rebosante, pero finalmente simbólica e ilusoria, se le contraponía la realidad groseramente concreta de las latas vacías de leche Gloria sobre las cuales estaba pintado el mosaico que los espectadores pisaban. El hecho de que se preservaran los rótulos de “Gloria” sobre los envases que, sin embargo, habían sido lavados y desinfectados, resulta un detalle significativo en alusión a cierta connotación mística que el nombre de la marca comercial refiere, lo cual permitiría asociar, en la línea del sincretismo urbano–andino, esta alfombra de latas con las alfombras rituales de flores que en la sierra suelen ornar el recorrido de las procesiones. Por otro lado, los envases desechados aluden a una economía estética del reciclaje como una forma de cultura y supervivencia de las clases más pobres. “La lata de leche, declaraba Mariotti, “tiene un contenido conceptual muy claro. Es un deshecho que nos permite mantener toda una relación con la miseria. Y conste que no estamos estetizando la miseria, como lo podría hacer Bill Caro y algunos otros”[4]. El riesgo de “estetizar la miseria”, inteligentemente eludido por Huayco en esta pieza y en otras, tiene que ver aquí con la toma de distancia frente a otras estrategias de vinculación artística con lo popular que privilegian la captura y reinterpretación de imágenes populares, como el caso de Bill Caro, a la incorporación de materiales y procedimientos marginales, lo cual sugiere para Huayco la diferencia entre la pintura (o la fotografía misma) y el reciclaje –concepto que incluso daría título a las piezas individuales de Mariotti. Como sucede en el collage dadaísta o el arte povera italiano, lo que Huayco trata de aprovechar aquí son las fuerzas que se dan por perdidas por el capital en beneficio de un arte que afirme positivamente su otredad frente a las fuerzas asimiladas por la cultura y economía capitalista. El concepto de “apropiación”, simbólica y material, cobra así una especial importancia en la propuesta artística de Huayco.
El mismo concepto aparece en la intervención del mismo año  titulado Sarita Colonia, pero con la diferencia de que en esta oportunidad la “apropiación” es desplazada de la galería  al espacio público. En una suerte de autocrítica de su proyecto de Arte al paso, EPS Huayco busca salir de los espacios protegidos para el Arte librándose del riesgo de ser fácilmente asimilado por el propio circuito artístico al que se pretendía cuestionar. Fue entonces cuando decide instalar una nueva alfombra de latas vacías pintadas con la imagen de una santa no-oficial como Sarita Colonia, ícono de un público migrante, andino y popular, en una loma del Kilometro 54.5 de la Panamericana Sur, territorio que coincidía además con una de las rutas privilegiadas de migración hacia la capital. A través de este nuevo acto de desterritorialización de la obra, esta adquiere una fundamental doble naturaleza. Mantiene por un lado su actitud vanguardista relativa a la experimentación con el soporte y los materiales reciclados utilizados, todo lo cual interesaba principalmente a un público crítico e ilustrado. Pero a ello, presente ya en la exposición galerística de “Arte al paso”, se le sumaba ahora el valor de constituir un auténtico ícono religioso para los migrantes que la veían desde la carretera desde la que viajaban a la gran ciudad, al punto de que algunos participarían en peregrinajes especiales, reapropiándose así de su propia imagen al dejarle cruces, plantas de ruda y otras ofrendas vernaculares. Una reapropiación ritual que devuelve el Pop Art a la cultura popular[5]. Este fenómeno de encuentro entre lo pequeño burgués (aunque radical y crítico) y lo popular emergente ha llevado a críticos como Ruiz Durand y luego Gustavo Buntinx a acuñar el término “Pop achorado” para referirse de este modo a la estética del nuevo poblador urbano migrante en cuyas formas radicarían un potencial auténticamente revolucionario. “Estamos haciendo “arte moderno”, explicaba Mariotti en su momento utilizando comillas, pero partiendo de una base social y popular. Nos hemos cuidado de que no se trate netamente de Pop Art (…). En Estados Unidos, lo popular es el producto industrial por excelencia. Aquí no, aquí lo popular es intrínsecamente revolucionario”[6].
Otra obra conjunta de Juan Javier Salazar y Felipe Portocarrero reafirma este concepto “revolucionario” de reapropiación de íconos urbano–andinos, pero a la técnica típicamente pop de la serigrafía se le añade tanto la técnica del collage como el gesto lúdico y desmitificador de Dadá. La obra inicial no tiene título y se trata de una técnica mixta de collage sobre papel. A un afiche con el retrato icónico de Cesar Vallejo, en el que el poeta aparece agarrándose el mentón con la mano derecha en un gesto pensativo y melancólico, se le ha añadido versos, manchas, brochazos oscuramente pictóricos y una palabra injuriosa en grandes trazos rojos sobre la frente del poeta: COJUDOS. Se sabe que la historia de esta pieza proviene de una noche de excesos en el que amaneció desfigurado el afiche de Vallejo que colgaba sobre una de las paredes del taller. Tras este impulso enérgico y rabioso, que podríamos tildar en este contexto de Dadá, se esconde el intento de despertar al poeta revolucionario congelado por el discurso oficial en una pose pétrea, lo cual nos hace recordar los juegos duchampianos de reapropiación de imágenes icónicas, tales como los bigotes pintados sobre el rostro de la Mona Lisa a la que acompaña las siglas L.H.O.O.Q. (“Ella tiene el culo caliente”). La pieza, sin embargo, va a sufrir variaciones a lo largo de los meses. La versión final deriva en un grabado de tiraje limitado que consiste en treinta cinco Vallejos posando idénticos para la fotografía y apenas uno invertido que en un amarillo sobre un rojo intenso que con un franja horizontal enmarca la frente blanca de vallejo conformando una suerte de bandera nacional, les grita a todos, al espectador, y al arte mismo: COJUDOS.
El grito alude a una pulsión reprimida por los poderes retóricos de la política y la lirica nacional. El agravio liberador de la imagen desestabiliza tanto el conservadurismo de la plástica local de la época como las transgresiones demasiados elegantes del pop cosmopolita. Su “achoramiento” es así manifiesto subvirtiendo a la subversión artística misma en un transito que va, a decir de Buntinx, “de la apropiación a lo inapropiado”[7].
Para terminar con este breve repaso por las obras más importantes de  la tradición del arte crítico o alternativo surgido a finales de los 70, voy a mencionar algunas manifestaciones de uno de los principales grupos herederos de esta corriente de jóvenes iconoclastas en la que hemos podido encontrar ciertos visos dadaístas en sus manifestaciones. Los Bestias/Bestiario fue un grupo de trabajo colectivo integrado por estudiantes de arquitectura de la universidad Ricardo Palma vigentes entre 1984 y 1987 y alrededor del cual se articuló una plataforma pública de encuentro e intercambio de experiencias artísticas y experimentales, tales como el grupo “Kloaka” en poesía y grupos de la llamada “movida subterránea” en música. Su trabajo, autogestionario, reinvidicaba críticamente un tipo de producción arquitectónica y artística con materiales reciclados y de deshecho y en los cuales se resaltaba la dimensión efímera, espontanea y vitalista de la acción- acontecimiento que se produjera. El proyecto Deshechos en arquitectura muestra por ejemplo una serie de construcciones efímeras dispuestas sobre un terral baldío en la que los materiales usados (tubos, cañas, cartones, maderas, plástico) afirman su precariedad a la vez que proponen un nuevo concepto de habitar entendido más como posibilidad lúdica de reinvención del espacio público que como necesidad prefigurada según una espacialidad jerarquizada y ordenada por el discurso del poder. 
El surgimiento de la Carpa Teatro del puente Santa Rosa en 1986, que el colectivo propuso al gobierno municipal de Alfonso Barrantes, constituyó una provechosa oportunidad para canalizar una serie de propuestas afines a la de los Bestias provenientes de distintos géneros artísticos. El espíritu Dadá rastreado a partir de los colectivos y artistas mencionados tuvo allí, aunque no solo en espacio, un lugar oportuno sobre el cual desplegar toda su fuerza anárquica, lúdica y espontanea. Desde los afiches de conciertos y recitales de poesía, tales como los diseñados por los mismos Bestias o por el artista visual Enrique Polanco, ex Huayco, por ese entonces perteneciente a “Kloaka”, hasta los conciertos de punk y rock subterráneo más radicales tales como los de “Zcuela cerrada”, “Narcosis”, “Leuzemia” o sonidos provenientes de la experimentación industrial como el de “T de Cobre” se podía observar en todos una estética dadá como expresión y síntoma tanto del vacío como del inconformismo frente a los modelos culturales existentes. Con letras que subvierten el idioma emulando gritos y alaridos más que palabras, con mensajes que invitan a la destrucción del orden oficial (“Hay que destruir para volver a construir” decía el coro de un tema de Narcosis), y con ritmos que no buscan la armonía sino más bien la estridencia, estos grupos anuncian el fin de una década de utopismos políticos de izquierda y estéticas marginales de hastío en los que, como hemos visto a lo largo del trabajo, se puede identificar un espíritu Dadá reapropiado lúdica y políticamente a partir de las especificidades culturales y los contextos sociales convulsos que el Perú experimentaba en tales décadas de violencia política y sincretismo cultural.


Bibliografía

Alvarado, Manrique Luis. Post-iIusiones – Nuevas visiones, Arte Critico en Lima (1980 -2006). Lima: Fundación Augusto N. Wiese; Muñiz, Ramírez, Pérez-Taimán & Luna-Victoria Abogados, 2006
BuntiNx, Gustavo. E.P.S. Huayco, Documentos Lima: Centro Cultural de España en Lima / Instituto Francés de Estudios Andinos / Museo de Arte de Lima, 2005
Villacorta, Jorge. “De Dadá a la Cantuta”. En: Revista Quehacer, Número 2,  Año: 1996
De la web:
Blog “Controversiarte” de Herbert Rodríguez. Consulta: 4 de diciembre de 2012. http://controversiarte.blogspot.com/2011/08/nueva-resena-del-arte-critico-en-lima.html


[1] Buntinx, Gustavo. E.P.S. Huayco, Documentos. Lima: Centro Cultural de España en Lima / Instituto Francés de Estudios Andinos / Museo de Arte de Lima, 2005, p.53.
[2] Cfr. Ibíd., p.58
[3] Ibid., p.75
[4] Ibid., p.77
[5] Ibid.
[6] Ibid. p.81
[7] Ibid. P.90

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