jueves, 5 de septiembre de 2013

WARBURG / BREDEKAMP (N. Meléndez)

Historiografía del arte 2013-1

La Primavera de Sandro Botticelli contemplada por Aby Warburg y Horst Bredekamp
Natalia Meléndez


La obra de Aby Warburg titulada El renacimiento del paganismo. Aportaciones a la historia cultural del Renacimiento europeo [1] y el libro de Horst Bredekamp que lleva por nombre La Primavera. Florencia como jardín de Venus [2] son, respectivamente, dos estudios  imprescindibles sobre el análisis de la pintura de Botticelli que hemos elegido como tema de nuestro proyecto de investigación en la Maestría de Historia del Arte (PUCP, 2013-1).
Botticelli, La Primavera, c. 1482
En los últimos años la fama de Abraham  Moritz Warburg (Hamburgo 1866-1929) se ha visto acrecentada por el nivel de las investigaciones del Instituto que lleva su nombre. Dicho centro ha impregnado su huella en historiadores como Erwin Panofsky, Ernst Gombrich y  Fritz Saxl, por citar solamente a los primeros. El lector en español ha empezado a descubrir la delicada pluma de Warburg en libros como El ritual de la serpiente (2008) o Atlas Mnemosyne (2010).
 La edición que hemos usado para nuestra reseña es parte de ese redescubrimiento y antecede a las dos obras citadas en el tiempo (2005). El renacimiento del paganismo compendia en dos volúmenes sus escritos sobre el Renacimiento italiano, así como estudios diversos agrupados bajo la sección denominada “Temas culturales públicos”. Nosotros nos dedicaremos particularmente al capítulo sobre la Primavera de Botticelli (pp. 91-121) que se encuentra en el primer volumen.
En cuanto a Horst Bredekamp (Kiel, 1947), quien en enero de este año estuvo visitando el Warburg Institute en calidad de Senior Visiting Fellow, podemos decir que estamos ante una contraparte contemporánea interesante, especialmente por su manejo de datos técnicos a partir de la restauración del cuadro en 1982, así como por su estilo confrontacional, con sugerentes propuestas para releer el cuadro de Botticelli. No obstante, ya que muchas de sus ideas se distancian de nuestra lectura del cuadro,  intentaremos plantear en adelante las limitaciones de su posición.
Para abordar las diversas temáticas que los autores plantean hemos dividido nuestro análisis en cuatro secciones: 1. Hipótesis de trabajo; 2. Datación de la obra y Comitente; 3. Fuentes literarias; 4. Análisis iconográfico de la pintura. De ese modo podremos seguir una secuencia que sería imposible si atendiéramos al esquema de exposición de cada autor.
Sobre el primer aspecto, resultará clarificador recordar cuáles son las hipótesis de trabajo de ambos investigadores. En el caso de Warburg, su estudio de la Primavera está precedido por el Nacimiento de Venus, puesto que las considera complementarias. En ese sentido, la hipótesis abarca a las dos pinturas y se encuentra explícita al inicio de su escrito.
Antes de referirnos a ella cabe agregar que el capítulo reseñado muestra solamente una parte de la Tesis de Warburg para obtener el grado de Doctor en Filosofía (1891). Considerando entonces este dato es posible comprender la formulación cabal de su tesis. De acuerdo con su enfoque, los artistas del primer Renacimiento italiano: “(…) veían en «la antigüedad» el modelo de un movimiento externo intensificado” (p.73) y se apoyaban en los modelos antiguos para representar lo que Warburg llama: “(…) motivos accesorios en movimiento [[bewegtes Beiwerk]] tanto en el ropaje como en los cabellos” (Ibídem). Menciona, además, que tal constatación permitirá entender, por ejemplo, el sentido del proceso de empatía [[Einfülung[] estética en la conformación de estilos.
Es, pues, una tesis fascinante, puesto que en tal caso, la proyección real de su trabajo no solamente sería aclarar el contexto de creación de la pintura y su relación con la poesía latina, sino, principalmente, explicar el modo en que la creación empática de un artista se lleva a cabo. Ahora, sin duda la tesis es interesante, pero el desarrollo específico del capítulo reseñado se concentra en la correlación existente entre texto e imagen, es decir, en la exposición de posibles fuentes literarias (poéticas, especialmente) que el artista habría podido considerar como inspiración para concebir sus personajes.
Como contraparte a esta lectura tenemos al enfoque de Bredekamp, quien opta por asumir que la pintura en cuestión reflejaría un programa político asociado a la rama más joven de la familia Medici encabezada por Lorenzo di Pierfrancesco, a la sazón, en pugna por el poder económico y político con la vertiente tradicional, donde la figura más resaltante es Lorenzo el Magnífico, quien por años fuera considerado el comitente de la obra.
Hasta aquí, el lector podría preguntarse por la posible relación con las imágenes que tienen a primera vista, solamente una referencia mitológica; ¿Qué sentido político podría contener el “Jardín de Venus”, para usar una frase  de Warburg, o para ser más imparcial, “una  alegoría de la primavera”?
Pues bien, para Bredekamp, en el Renacimiento florentino sí puede hallarse una implicación del reino vegetal con la política: “(…) Los nombres habituales de Florencia, FLORENTIA, FIORENZA o FIRENZE señalaban, por su proximidad fonética a Flora, la diosa de la primavera, y a las flores (FIORI) una cercanía inmensa al mundo de los vegetales”[3] (p. 7). Habría, por tanto, una retórica relacionada a plantas y jardines expresados en la poesía o en la pintura. Así, un jardín lleno de flores podía evocar a Florencia, o un laurel la majestuosidad de un político, aludiendo al escudo heráldico de su destinatario. Partiendo de esta tesis, se imaginará el lector que la interpretación del cuadro adquiere un cariz completamente distinto al mitológico. Más adelante tendremos la oportunidad de mostrar tanto este análisis como la que realiza Warburg. En este momento nos parece conveniente dedicarnos a la segunda sección sobre los problemas de la datación de la obra.
Para empezar con este tema es necesario aclarar que en el texto de Warburg no se plantea como problema la fecha asignada por el acuerdo tácito entre sus coetáneos. Aquí, la voz transgresora es la de Bredekamp, quien no se muestra convencido con otorgarle mucho valor a la referencia de Vasari, que han tomado seriamente Warburg, y, siguiendo la misma vertiente, Gombrich, con quien Bredekamp discrepa ampliamente.
Ante esto debemos aclarar que, efectivamente, Warburg empieza su análisis citando a Vasari, pero su objetivo no es el de establecer ningún enlace cronológico, sino reprochar a sus contemporáneos la falta de análisis de esa fuente. De acuerdo con su lectura, Vasari afirmaba haber visto dos cuadros en la villa del Duque Cosme ubicada en Castello: tanto el Nacimiento de Venus como otro donde está la Diosa: “(…) en compañía de las Gracias, que la cubren de flores, representando a la Primavera” (p. 92).
Tal referencia le permite recordar al lector que para Vasari, el tema central de la pintura era Venus, lo que sustentaría la relación complementaria entre ambos cuadros. Le extrañaba a Warburg que la literatura crítica de su tiempo haya visto en la Primavera solamente una alegoría, y no haya notado la relación con el Nacimiento de Venus, sino más bien las desvinculara, argumentando que fueron encontradas en lugares distintos y apelando al contraste de las dimensiones de los cuadros.
Para Bredekamp, esta relación entre Venus y la Primavera servía para sostener que el destino final de la obra era la villa campestre en Castello: “(…) Los intérpretes se remitían a esa villa, desde que Ernst Gombrich  vinculara este cuadro con  la adquisición de esta propiedad rural por parte de Lorenzo di Pierfrancesco en 1477” (p. 20). Sin embargo, dos inventarios de las propiedades de la línea más joven de los Médici fechados en 1499 le sirven de fuente a Bredekamp para abandonar esta hipótesis.
 Según  los inventarios, la Primavera: “(…) formaba parte de la ornamentación para una pared de una sala situada en la planta baja del palacio urbano de Lorenzo di Pierfrancesco en la Via Larga (hoy Cavour): ‘Una tabla de madera fijada sobre el sofá, en la cual se hallan pintadas nueve figuras masculinas y femeninas. Valuada en 100 liras.’”(p.21). Este dato lleva a Bredekamp a corregir la tesis difundida que tomaba a Lorenzo el magnífico como el comitente real y a entender la pintura de gran formato como un conjunto con el sofá destinado para el lugar palaciego desde un inicio.
Pero preguntémonos ¿Quién es Lorenzo di Pierfrancesco? Al parecer, estaríamos hablando del pariente más joven de la rama colateral de los Medici a quien “el Magnífico” debía tutelar. Las páginas del texto de Bredekamp aportan información que desdibuja la clásica imagen del hombre humanista, cultor de las artes y las letras, trastocándola por la de un frío administrador de los negocios de la familia Medici, capaz de disponer según su voluntad de los bienes de su primo.
Para terminar con esta sección, debemos señalar uno de los puntos más débiles de la argumentación de Bredekamp. En confrontación con Gombrich, quien habría dado como dato central para establecer la datación de la pintura una escultura con la figura de una ninfa otoñal florentina a la que llama Pomona, este propone que siguiendo la atmósfera y rítmica de las figuras hay una correspondencia directa con los frescos de la Villa Lemmi, especialmente con el titulado Giovanna degli Albizzi ante Venus y las Gracias (1486-1490).
Asumiendo lo anterior, cree que la Primavera y los frescos fueron hechos en el mismo lapso de tiempo: 1486-1490 (con mayor probabilidad la Primavera habría sido realizada en la segunda mitad del decenio de 1480).
En otras palabras, Bredekamp brinda una fecha tardía, luego de la ejecución de Minerva y el centauro, así como del Nacimiento de Venus. Esta posición no convence a un autor de la talla de Dempsey, por ejemplo. El punto de apoyo de esta fecha es que se encontraría acorde con los resultados de la restauración de la Primavera realizada en 1982.
Sin embargo, Bredekamp no logra explicar con detenimiento los datos de dicha restauración. Simplemente consigna un anexo al final del libro explicando a grandes rasgos los alcances técnicos. Lo meritorio, en todo caso, es haber subrayado la brillantez extraordinaria de la pintura original, además de señalar datos sobre el modo en que fue ejecutada.
Continuemos ahora con las fuentes literarias para investigar la esencia del cuadro. Sobre ellas no podríamos omitir que Warburg hace gala de su erudición sobre la poesía latina. Ese legado es reconocido por todos los investigadores que le suceden, pero no necesariamente todos  enfatizan el influjo de una sola figura en Botticelli, como es el caso de Bredekamp.
  Volvamos entonces al texto de Warburg para revisar sus fuentes literarias clásicas. Entre ellas observamos que ocupa un lugar relevante los firmes lineamientos de Alberti (Della pittura);  Séneca (De beneficiis) y Virgilio (Eneida)  para el esbozo de las figuras; mientras que para abordar el tema del rapto de la ninfa Cloris por Céfiro, acude a Ovidio (Fastos), pero especialmente a la Giostra de Angelo Poliziano.
Bredekamp, por su lado, se distancia de la opinión común que repite sin crítica la tesis de Warburg, según la cual Virgilio y Poliziano son los autores fundamentales que influyeron en  la obra de Botticelli. Piensa Bredekamp que es indiscutible la afinidad con el clima de los textos de Poliziano, pero también halla grandes semejanzas entre la Primavera y De rerum natura de Lucrecio; prueba de ello son los siguientes versos: “Llegan la Primavera y Venus, y delante de ellas avanza el alado heraldo/ de Venus, y cerca de las huellas del Céfiro/ Flora, la madre, siembra por completo el camino/ y lo colma de selectos colores y aromas” (p. 65).
De acuerdo con Bredekamp, la pintura ha estado sometida a una sobrecarga de fuentes literarias, tradicionalmente la han mostrado con un gran contenido intelectual pero: “(….) en cuanto a su contenido, tiene límites y centros de gravedad que pueden explicarse menos desde la sabiduría enciclopédica de la mitología y literatura europeas antiguas, que a partir de  la concreción histórica  del clima intelectual y político dentro del cual nació La Primavera [sic]” (p. 8).
Nuestra posición como lectores, es contraria a esta noción. Creemos que Bredekamp olvida rápidamente el trabajo finamente elaborado por Warburg dejando entrever su desdén por un acercamiento filosófico o ideológico concerniente a la obra (línea de interpretación desarrollada especialmente por Gombrich pero sustentada a partir de las reflexiones de Warburg).
En realidad, desde nuestra perspectiva, la pintura admite diversas lecturas y no habría contradicción en sostener varios planos de interpretación; sin embargo,  advertimos que las reticencias de Bredekamp para establecer dos niveles de lectura son parte de su estrategia argumentativa en contra de una lectura neoplatónica de la obra. Intenta alejarnos de la Venus idealizada neoplatónica para acercarla a la belleza y sensualidad expresadas en el poema de Lucrecio. El neoplatonismo es para este autor, prácticamente una tara para comprender la pintura desde el contexto político y la verdadera fuente literaria que la originó. Así afirma: “Hechizados por la compleja intelectualidad del neoplatonismo, los intérpretes de nuestra centuria, siguiendo el análisis de Gombrich, que hizo escuela, desconocían el carácter de los textos de Lucrecio, decisivos para La Primavera [sic]” (p. 70).
No podríamos dejar de mencionar que esta visión particular contiene un problema en su núcleo, ya que apela a un énfasis en el contexto histórico, por un lado, y luego intenta distinguir el contexto ligado a lo intelectual olvidando que una de las premisas para comprender el Renacimiento es, precisamente, la visión  unitaria de los aspectos que él, como  hombre situado en el siglo XX puede divisar como compartimentos estancos, no así el hombre renacentista.
Pero bien, a pesar de las distancias que separan las posturas de ambos autores, resulta interesante señalar los aportes en materia de análisis iconográfico que hace Bredekamp en respuesta a la investigación de Warburg. Es aquí donde hay realmente un aporte destacado por el primero, distinguiendo diversos símbolos asociados a los objetos y figuras presentes en la pintura. Ya que los detalles son diversos y la lista es larga, me referiré a los más resaltantes.
El primero al que deseamos referirnos es al posible significado de las naranjas en la pintura. Al parecer, esta fruta era cultivada por la familia Medici y estaría vinculada al culto de Venus: “(…) En su fulgor amarillo dorado representan las manzanas de las Hespérides del Paraíso, cuyo disfrute tiene por consecuencia, no la expulsión, sino la juventud eterna, el amor y la fertilidad. Consagradas a Venus, se las consideraba su  signo distintivo” (p. 53)
Otro elemento es la relación entre los laureles y Florencia, a propósito de la retórica “floral y vegetal” que señalábamos al inicio de este trabajo. Bredekamp refuerza la hipótesis de que La Primavera [sic] tendría un mensaje político para Lorenzo di Pierfrancesco, animándolo a dirigir a Florencia: “El laurel, que según Poliziano florece en el jardín del amor, fue utilizado por todos los miembros de la familia de los Medici que llevaban el nombre de ‘Lorenzo’, porque su versión latina de ‘Laurentius’ evidenciaba una relación con el laurel, el ‘Laurus’ latino, en virtud de la consonancia de ambos nombres” (p. 41). Así, el laurel sería un modo de formular la idea de renacimiento o esperanza de una nueva época, dadas las tensiones entre la familia Medici y el contexto histórico.
Siguiendo esta línea de lectura, la preñez de Flora sería una suerte de promesa de renovación: “(…) una nueva era en Florencia, inspirada por Venus, tan placentera como colmada de ideas, portadora de frutos y de una primavera eterna, bajo su égida” (p. 58). Otro símbolo político y religioso serían las llamas de la clámide de Mercurio que flamean hacia abajo: “(…) las llamas del amor señalan insistentemente, en La Primavera [sic], hacia abajo, hacia la tierra, desde donde responden los vegetales de la fertilidad,  y del erotismo” (p. 43). Estas corresponden a las flechas de Cupido en igual dirección, pero: “(…) ellas no atestiguan en modo alguno el fin de  la vida, sino el sentido último de la naturaleza en constante y renovada regeneración” (p. 45). En términos políticos esto   podría entenderse como un florecimiento  producido por Lorenzo di Pierfrancesco. En un sentido religioso las llamas descendentes aludirían al milagro de la Pentecostés y la promesa de la unión entre la divinidad y el hombre. Bredekamp también nos recuerda que el motivo de estas llamas sui generis no solamente estaba en el cuadro sino en el gigantesco sofá con el que formaba un conjunto, por lo que infiere que estas eran un símbolo distintivo del dueño de casa, es decir, eran motivos de la heráldica personal de Lorenzo di Pierfrancesco.
Así también, la espada falciforme de acero (acciato) que lleva Mercurio estaría relacionado con el apellido de la esposa del comitente: Laudomia Acciaoli. De igual modo, en la empuñadora de la espada también aparecerían símbolos ligados al poder y la política: los laureles que ya mencionamos, y los lirios de Florencia. Según Bredekamp: “Lorenzo di Pierfrancesco tenía motivos especiales para adoptar esta heráldica flor de lis francesa, ya que en 1483, en su carácter de embajador de Florencia, había asistido a la entronización de Carlos VIII de Francia” (p. 52), donde habría entablado nexos con la corte francesa.
Ahora, si bien es cierto que tienen sentido los planteamientos de Bredekamp, en algunos casos (como en el apellido de la esposa) nos parece que fuerza la asociación de las imágenes y su posible significado.
Distinto es el trabajo de Warburg, señalando ordenadamente cada elemento del cuadro, asociándolos a los posibles textos literarios que hemos enunciado páginas atrás. Uno de los momentos que podrían servir como ejemplo de su metodología es el modo en que relaciona y colige con pulcritud, sin ningún forzamiento de las fuentes. Me refiero a la cita de los Fastos de Ovidio, donde se presenta la escena de persecución de Céfiro por su amada Cloris y que ofrece según Warburg: “(…) el núcleo mismo de la composición; en cuanto a los elementos ornamentales, podríamos considerarlos aportación personal de Botticelli, si no fuera porque ya ha salido a la luz repetidas veces su predilección por representar el movimiento de los ropajes siguiendo modelos autorizados” (p. 98). Luego, explica en el momento oportuno que los Fastos fueron: “(…) objeto fundamental de estudio de Poliziano en tanto  que profesor público en Florencia (desde 1481), todos estos datos, tomados en conjunto, prueban que Poliziano fue el erudito mentor de Botticelli” (p. 99).
Nos habría gustado que las tesis propuestas por Bredekamp tuvieran esta limpieza en la línea argumentativa, pero, como hemos hecho notar en varios momentos parece estar edificando sobre una posición que tiene desde el inicio un acercamiento como sujeto del siglo XX que aparta valores cruciales en el Renacimiento.
Para terminar me gustaría referirme a un punto en el que ambos autores sí se muestran de acuerdo: ninguno de ellos pone en duda que el Nacimiento de Venus y la Primavera se complementan temáticamente. En palabras de Warburg: “(…) el Nacimiento de Venus representaba el origen de Venus, cómo emergiendo del mar fue impulsada por los vientos céfiros hasta las orillas chipriotas. El cuadro conocido como Primavera representa el momento inmediatamente posterior (…)” (p. 106).
Botticelli, Nacimiento de Venus, 1485
Así también parece apuntar Bredekamp cuando señala que: “En el aspecto temático, ambas representaciones del mito de Venus están naturalmente referidas en forma recíproca: después de que, en el cuadro del Nacimiento de Venus había recibido sus vestidos, aparece en La Primavera [sic] en el reino del Jardín de las Hespérides, junto con su séquito, en su carácter de reina soberana” (pp. 27-28).
Sin embargo, Bredekamp piensa que estilísticamente (atendiendo a los medios, materiales, trazos, etc.), hay una amplia distancia: el Nacimiento de Venus sería anterior que la Primavera, y habría sido creado en la misma época de Minerva y el Centauro (otoño de 1482, al regresar Botticelli de Roma). Este último cuadro sí sería el referente causal para entender el real mensaje político de la Primavera: “(…) tras la civilización de Quirón, se inicia la Edad de Oro, colmada por Venus bajo la conducción de Lorenzo di Pierfrancesco” (p. 62).
En suma, haciendo un balance de los aspectos formulados por ambos investigadores, observamos que estamos lejos de la formación de consensos sobre la interpretación, fuentes literarias y datación de la obra. Si bien es cierto que el estudio de Warburg abrió un camino sugerente para ingresar al bosque enigmático de Botticelli, la pintura aún continúa irradiando su fulgor, capturándonos con su belleza y complejidad.


[1] Madrid: Alianza, 2005.
[2] Hemos revisado la segunda edición en español. Madrid: Siglo XXI editores, 2007.
[3] Sic.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Tus comentarios aportan a la comunidad de historiadores del arte que queremos fomentar desde Lima. ¡Sea preciso y crítico!