Arte y autoreferencialidad
Belén Gómez de la Torre
Introducción
En el
terreno del arte hemos sido testigos constantemente tanto del intento de la
aniquilación o reforma del mismo como de las declaraciones en torno a su
muerte. Al primer caso lo dejaremos de lado, ya que tales intentos han
fracasado ya desde la utópica polis platónica esbozada en la República hasta los regímenes
autoritarios contemporáneos. Por otra parte, la cuestión en torno a su muerte
merece una especial atención, ya que tales postulaciones han respondido tanto a
diagnósticos de la situación del arte presente como a anticipaciones en torno a
la situación futura del arte al interior de una determinada teoría estética o
de la historia misma del arte.
Hegel
habrá de ser el primero en postular la muerte del arte en sus clases sobre
filosofía del arte en Berlín en 1828.
Es claro que la tesis en torno a la muerte del arte no implica que el
arte haya desaparecido o vaya a desaparecer del mundo, sino que hace referencia
a que el arte ha llegado a su fin, es decir, “ha dejado de valernos como el
modo supremo en que la verdad se procura existencia.”[1]
En 1936, Walter Benjamín publica "La obra de
arte en la época de su reproductibilidad técnica" donde postula una vez más
el acabamiento del arte, esta vez arguyendo como causa a la técnica y sus
mecanismos de (re)producción. Benjamín nos dice: “en la época de la reproducción
técnica de la obra de arte lo que se atrofia es el aura de esta”[2].
Con el aura, Benjamín se refiere a tres cosas, posiblemente: primero al aquí y ahora que constituye el concepto
de su autenticidad; segundo, a la “manifestación irrepetible de una lejanía”[3];
y tercero, a su unicidad. El aura es modificada gracias al desarrollo de la
reproducción técnica. Frente a una fotografía ya no nos podemos preguntar por
la autenticidad y unicidad de la obra.
En
1981 Krauss se une a este debate y postula el fin del arte o de un tipo de
arte: “Al deconstruir las nociones
hermanas de origen y originalidad, la posmodernidad provoca un cisma con el
dominio conceptual de la vanguardia, a la que contempla desde más allá del abismo que marca una
división histórica. El período histórico que la vanguardia compartió con la
modernidad ha terminado”[4].
Finalmente, encontramos a Arthur Danto quién postula que el arte alcanza una
especie de final histórico y se convierte en filosofía, pasando al periodo posthistórico. En este último se va a
centrar este trabajo.
a. Danto y
el “acabamiento” del arte
Danto
suele contar constantemente la emoción que sintió con la exposición de las
obras de Warhol que se celebró en la Galería Stable a finales de la primavera
de 1964. Es en ella donde habrá de tener contacto por primera vez con la Caja
Brillo, cuya irreverente aparición en una galería habría de marcar un quiebre,
según Danto, en la historia del arte. Éste refiere que en un principio se
interesó menos por lo que hacía arte a los diferentes objetos que componían la
exposición, que por la cuestión en torno a cómo es que podían ser vistos como
arte y no como meros artefactos de la cultura comercial. Al momento de ensayar
una respuesta supuso que tal fenómeno respondía a dos concepciones. Primero
había que entender la estructura de la historia del arte como la de constantes
supresiones, de modo que obras como la Caja Brillo se hacían posibles recién
en este momento histórico y de ninguna manera en períodos precedentes.
Asimismo, entendía que obras de esta clase debían su identidad a una cierta
relación con una teoría emancipatoria. Por ese entonces, solo a la luz de estas
dos cuestiones podía considerarse a lo expuesto por Warhol como obras de arte,
de modo que tuvieran que “participar de una atmósfera conceptual, un discurso
de razones que uno compartía con los artistas y con otros que formaban el mundo
del arte.”[5]
Sin
embargo, el mismo Danto nos refiere que años después habría de atribuir una
“significación filosófica diferente a aquella exposición”[6].
La Caja Brillo había tocado para él “el verdadero meollo de la cuestión
filosófica de la naturaleza del arte”. Es aquí donde Danto habrá de apropiarse de la famosa tesis hegeliana
en torno al fin del arte, entendiendo que “con el desvelamiento o
descubrimiento de su verdadera naturaleza filosófica, el arte llegaba al fin de
su historia”.
b.
Autoconciencia del arte
La Caja
Brillo habrá de significar para Danto que el arte había llegado a un estadio en
que la diferencia entre arte y no-arte había tomado una forma “filosófica y
trascendental”. La Caja Brillo no mostraba diferencia alguna con las cajas que
podíamos encontrar en los supermercados, de modo que los antiguos criterios que
nos servían para diferenciar una obra de arte de cualquier otro objeto habían
caído no precisamente en desuso, sino que ya no nos permitían distinguir los
objetos propios del mundo del arte. La exposición de Warhol revelaba que el
antiguo aprendizaje del significado del arte basado en ejemplos no podía ya
aproximarnos a las obras de arte, debido a que las diferencias materiales entre
la Caja de Warhol y las del supermercado no podían darnos luces sobre la
diferencia entre el arte y la realidad. A esta tesis se aúna la tesis en torno
a la forma filosófica de la historia del arte, la cual es sin duda la tesis
fundamental para entender las postulaciones de Danto.
Danto
señala que para Hegel hubo un tiempo en que “el arte, exclusivamente por sí
mismo, producía plena satisfacción. Pero entonces venía una época en la que
necesitaba algo distinto de sí mismo para producir satisfacción, y ello no con
el propósito de volver a crear arte, sino de conocer filosóficamente lo que el
arte es.”[7]
Esto quiere decir que ante la llegada de su propio fin, el arte habrá de
plantearse la pregunta por su verdadera identidad, convirtiéndose de esta forma
en ocasión de la filosofía. De aquí la idea misma del Romanticismo acerca de que la reflexión sobre la obra de arte completa a la obra, o dicho en otros
términos, la filosofía del arte habrá de ser una herramienta más de la
experiencia estética, de modo que el espíritu en la contemplación pueda aportar
lo que a la envoltura sensible se le escapa, lo que ésta es incapaz de representar.
Pero lo que Danto logra vislumbrar en la exposición de Warhol es aún más
radical. Resulta claro que para poder entender de qué modo tales objetos eran
obras de arte era imperiosa una teoría acerca de la naturaleza del arte, así
como que éste mismo se encuentre en un momento histórico en el que desde sí se
halle suscitando la pregunta por su propio ser. Para Danto “la respuesta a la
pregunta no podía proceder del arte, el cual agotaba sus poderes filosóficos al
plantearla”. Asimismo, “la forma de la pregunta procedía del interior del arte
y la filosofía era incapaz de plantearla, pero una vez formulada, el arte era
incapaz de resolverla.” Esta habrá de ser la clara consecuencia de que el arte
y la realidad, a partir de las distintas manifestaciones artísticas que
ocuparon las galerías en los sesentas, se hicieran indiscernibles.
Ahora
bien, dadas estas formulaciones, lo que Danto habrá de deducir con respecto a
la historia del arte es que éste ha pasado por fin a involucrar su propio
concepto; la historia del arte, a través del largo proceso de descubrimientos y
rupturas, ha pasado a un plano filosófico, de modo que la definición hegeliana
del arte que habíamos reseñado más arriba, en la que éste era considerado como
la “apariencia sensible de la idea” queda de plano descartada. El arte ha
llegado por fin a la autoconciencia, ha alcanzado una conciencia filosófica.
c. Narrativa y poshistoria
Danto
habrá de decir que cuando proclamó el fin del arte usó final “en un sentido narrativo y quería declarar el final de una
cierta historia”; es decir, entiende que con la Caja Brillo concluye una
búsqueda épica que había iniciado el arte en algún momento del siglo XIX.
El mismo
Danto manifiesta su desconfianza con respecto a poder separar la visión
histórica que Hegel tenía del arte con respecto a todo su sistema teleológico.
Sin embargo, está seguro de que las dos tesis que hemos presentado en la
sección anterior son puramente filosóficas y ninguna de ellas habría podido
formularse en algún momento previo de la historia del arte; “en cuanto
filosofía estaban dadas en el mismo relato de la historia del arte.”[8]
Danto habrá de referirse a la frase del prefacio a la Filosofía del Derecho según la cual “cuando la filosofía pinta al
claroscuro, ya una forma de vida ha envejecido”, de tal forma que la filosofía
del arte se haría posible únicamente cuando el arte ya no sea tal, corroborando
nuevamente la eterna tardanza de la filosofía. A esta suposición se aúna la
afirmación de que “en cierto sentido, la filosofía del arte no ha sido (al
menos hasta la década del sesenta) más que crítica de arte.”[9]
Ahora
bien, a propósito de lo dicho es necesario aclarar que para Danto el fin del
arte no habrá de entenderse en un sentido metafísico, sino que éste es más bien
de índole narrativa; es decir, el arte ya no era posible como una narración
histórica progresiva: el gran relato del arte había llegado a su fin. Cabría
hacer la comparación del relato del arte al que hacemos referencia con el Bildungsroman, “el relato clásico de las
tribulaciones que conducen a un héroe hasta el conocimiento de sí mismo.”[10]
Ya Kojéve había reconocido un Bildungsroman
en la Fenomenología del Espíritu y
Danto no era ajeno a que la búsqueda épica del arte respondía a este mismo
paradigma en el que “el Arte, héroe del relato, deja ser un técnico y pasa a
ser un filósofo”[11] con lo cual
la narración se da ya por concluida. [El arte no solo se ha conocido a sí
mismo, sino que ahora goza libremente de sí.]
Sin
embargo, esto último no habría de entenderse como la imposibilidad de crear
nuevas obras de arte, lo cual queda de plano descartado siendo las décadas
posteriores a la exposición de Warhol en las que habido una mayor producción
artística con respecto a cualquier otro período histórico. “Lo que más bien ha
caducado es una cierta forma de contar la historia del arte como una historia
de descubrimientos y rupturas progresivos”[12].
De esta forma, la caída del relato abría las puertas de una autonomía plena en
la que el artista se liberaba de la tarea de hacer historia o seguir “la línea histórica correcta”. Después de la Caja
Brillo cualquier cosa podría ser arte; la libertad artística había acaecido.
Dadá
había creído ser una forma artística, pero en realidad no era más que un
estilo. Pero una vez el arte había acabado, uno podía ser abstraccionista,
realista, alegorista, pintor metafísico, surrealista, paisajista o pintor de
naturalezas muertas o desnudos. Podía ser artista decorativo, artista
literario, anecdotista, pintor religioso, pornógrafo. Todo estaba permitido,
pues ya no quedaba nada históricamente exigido.[13]
A esto es
a lo que Danto habrá de llamar el período poshistórico
del arte, al cual no le ve motivos para que acabe nunca. “El arte puede ser
dictado desde el exterior, sea por la moda o por la política, pero el dictado
interno, por el pulso de su propia historia, es ya algo del pasado.”[14]
Así puestas las cosas, la poshistoria
habrá de ser un período postnarrativo
del arte, en el cual carecemos, precisamente, de relato alguno presente. “El
relato del arte occidental otrora dominante va perdiendo fuerza sin que de
momento haya sido reemplazado por nada”[15]
y para Danto no hay qué pueda llenar ese vacío.
d. Necesidad del arte
Queda
claro que habiendo concluido el relato del arte lo que se logra es una auténtica
autonomía tanto del arte mismo como de la labor del artista. Todo el arte del
pasado se encuentra ahora a disposición del artista y este es libre de
apropiarse de lo que desee. Sin embargo, éste tendrá que ser consciente de que
si se circunscribe a los parámetros del Dadá o del suprematismo únicamente será
partidario de un estilo artístico y
no de un momento histórico. Ante esto resulta necesario referirnos a las
palabras de Buñuel en torno al destino del surrealismo:
A
menudo me preguntan qué ha sido del surrealismo. No sé qué respuesta dar. A
veces digo que el surrealismo triunfó en lo accesorio y fracasó en lo esencial.
André Breton, Eluard y Aragón figuran entre los mejores escritores franceses
del siglo XX, y están en buen lugar en todas las bibliotecas. Max Ernst,
Magritte y Dalí se encuentran entre los pintores más caros y reconocidos y
están en buen lugar en todos los museos. Reconocimiento artístico y éxito
cultural que eran precisamente las cosas que menos nos importaban a la mayoría.
Al movimiento surrealista le tenía sin cuidado entrar gloriosamente en los
anales de la literatura y la pintura. Lo que deseaba más que nada, deseo
imperioso e irrealizable, era transformar el mundo y cambiar la vida. En este
punto – el esencial – basta echar un vistazo al rededor para percatarnos de
nuestro fracaso.
Esta
declaración se vincula necesariamente con las consecuencias que extrae Danto
del arte en el período poshitórico.
Para éste la caída del relato del arte, como ya vimos, abre las puertas de un pluralismo
en el cual todo parece estar permitido. Las restricciones tanto técnicas como
sustanciales se han desdibujado y el arte goza por fin de su propia autonomía.
Por ello, el arte “ya no es algo que haya de ser considerado prioritariamente”.
En la medida en que el arte se libera de su labor histórica pareciera que éste
se libera a su vez de todos sus compromisos, lo cual implica una consecuente
pérdida de su carácter prioritario en la vida del hombre.
Sin duda,
esto parece acercarnos nuevamente a la concepción hegeliana. El que el fin del
arte significara para Hegel que éste ha dejado de ser la suprema necesidad del
espíritu, se vincula con las consecuencias que Danto suscribe al período poshistórico: la autonomía ganada por el
arte en su búsqueda épica, antes bien que otorgarle al arte una renovada
necesidad al interior de la sociedad, hace que éste pierda su carácter
fundamental al interior de la vida de los hombres. Todos los intentos de la
vanguardia de revolucionar la vida o los estilos de vida caen ahora en un vacío
insalvable dado que el arte por fin se ha hecho autoconsciente y solo un
exacerbado pluralismo le resulta propio.
Ahora
bien, ya ante estas últimas formulaciones no podemos dejar de levantar ciertas
suspicacias con respecto a las tesis de Danto. Si bien las razones postuladas
acerca de su actual libertad parecieran resultar acertadas y en buena forma
abren paso a la comprensión de la historia del arte desde el arte mismo, sus
concepciones parecieran enmarcar al arte en una realidad demasiado lejana,
aquello que denomina “mundo del arte”, en la cual el arte habría de terminar
por regocijarse eternamente consigo mismo en función a su libertad por fin
alcanzada. Sin embargo, no podemos ser ajenos a que ya desde los inicios del
modernismo los hechos externos al arte (política, economía, cultura, etc.)
terminaron por mezclarse con éste, favoreciendo o entorpeciendo sus
intenciones. De este modo, el arte descendió de su ideal de pureza para ir en
búsqueda de lo extra artístico. Los movimientos vanguardistas, como ya lo hemos
señalado, no querían simplemente revolucionar el arte, sino la vida, la forma
de ver el mundo. Así, Danto nos resulta insuficiente para acercarnos a una
realidad innegable del arte: su inmersión en la vida cotidiana no únicamente
para hacerse consciente de sí, sino para intervenir de manera activa en el modo
de acercarnos al mundo. Asimismo, la cuestión narrativa no deja de hacernos
levantar ciertas sospechas. “Sin el marco sistemático que preside el Espíritu
Absoluto (esa expresión que al propio Danto, y no sin razón, le parecía un
tanto heavy) que les da sentido y las
ubica en su lugar predeterminado, toda narrativa autónoma, unitaria, lineal y
cerrada carece de fundamento, y no será difícil verla colapsar como un castillo
de naipes.”[16]
Es decir, si hubiésemos de aceptar el después del fin del arte como aquel
momento en que el dictado interno del arte es algo del pasado y que ahora puede
ser expresado por la moda o la política, pecaríamos de insolente ingenuidad al
pensar que dos guerras mundiales, revoluciones comunistas y el desarrollo
tecnológico del siglo XX (por decir algo) no influyeron y marcaron el
desarrollo del arte antes de que éste hubiese llegado a su acabamiento. Del mismo modo, nada puede hacernos pensar, propiamente,
que el pluralismo que impera en el arte contemporáneo no responda sino al
último estadio del arte modernista en el cual todos los estilos del pasado
convergen.
e. Comentario
Frente
a este planteamiento es imposible no preguntarnos por que es aquello que define
al arte en este nuevo periodo “posthistórico”, y si realmente es su carácter
reflexivo o paso a la filosofía lo que lo define. Danto dice que es imposible
definirlo mediante ejemplos sin embargo podemos intentarlo.
Entre lo que llamamos arte
encontramos:
- Rueda de bicicleta de Duchamp
- Caja Brillo de Warhol
- Los poemas elásticos de Blaise Cendrars
- La poesía visual de Joan Brossa
- 4′33″ de John Cage
- Los cuadros de Pollock
- El accionismo vienés
- Las obras arquitectónicas de Gaudí
- Las películas de Lars Von Trier
- Los videos de Bas Jan Ader
¿Qué es aquello que tiene
en común todo esto? La respuesta es sencilla, surge de lo que partió nuestra
enumeración: todo esto es lo que llamamos arte. Frente a estos ejemplos la
definición extraída del diccionario no agota el concepto, no abarca ni
performances, ni happenigs, ni siquiera la obra teatral tradicional. ¿Qué
podemos decir frente a esto? ¿Qué hace de una caja de detergente o una rueda de
bicicleta un objeto artístico? Tal vez estos sean los ejemplos más radicales,
pues ambos son objetos que fuera de la galería no son considerados arte.
¿Podríamos decir que es el espacio de la galería lo que los hizo objetos
artísticos? Pareciera que sí, sin embargo si luego de comprar en el
supermercado voy a visitar la galería de arte ¿los objetos que se encuentran en
mi bolsa de compras, serían ahora objetos artísticos? No es tan sencillo. ¿Es
entonces Warhol o Duchamp los que hicieron de estos objetos arte? Es decir, ¿es
el artista el que hace al arte? No necesariamente, pero creo que aquí nos
acercamos a algo.
Lo que hace de una caja de
detergente o una rueda de bicicleta un objeto artístico, es su intención. Todos
estos objetos tienen en común que tienen una intención estética. Esto engloba
desde el arte religioso hasta las vanguardias. Toda obra de arte pretende
generar una experiencia estética. A partir de esto podríamos decir que el arte
es un objeto, imagen, acción o idea (comunicable o percibible) que posee una
intención estética. En palabras de Gérard Genette “Una
obra de arte es un objeto estético intencional o, lo que equivale a lo mismo,
una obra de arte es un artefacto (o producto humano) con función estética”[17].
Se nos podría decir que
hay obras de arte que no surgieron con la intención de ser obras de arte, como
muchas esculturas, pinturas religiosas u obras arquitectónicas. O para ser más
radicales, podemos imaginar el caso de un niño que crea una obra de arte, sin
intención artística alguna. Sin embargo para que su obra cobre un valor
artístico, debe haber una mirada, una intencionalidad que le de ese valor.
Una aclaración pertinente,
es que al partir de la enumeración de diversas obras de arte, podría parecer
que el arte es el conjunto de las obras de arte. Esto último es cierto, sin
embargo no es solo eso, el arte sobrepasa las obras de arte. El arte es aquello
que hace de “cualquier cosa” una obra de arte. Sin el arte, es decir sin la
intención estética, no habría obra de arte. Cualquier cosa puede ser arte, pero
no sin intención.
Esto nos lleva una segunda
aclaración: hay muchos artistas, generalmente estudiantes o futuros artistas,
que realizan obras cuya intención es estética. Más no son consideradas por
nadie como obras de arte, pues no logran llevar a cabo su intención estética.
Aquí entra la pregunta por quién determina o dicta el canon de aquellas cosas
que hemos nombrado como obras de arte. Una posible respuesta puede ser la
distinción entre buen y mal arte. La de este estudiante, sí la consideramos una
obra artística, sin embargo, (generalmente) una obra de arte incompleta.
Podríamos preguntarnos qué
determina una buena obra de arte. Una buena obra de arte generalmente es
aquello que la crítica establece como tal, lo cual se relaciona estrechamente
con el mercado del arte. No ahondaré más en ese tema pues sobrepasa el tema
planteado en este texto. Sí me gustaría añadir que un buen artista, es decir,
aquel que produce buenas obras de arte, es aquel que ejerce su obra con mayor
libertad, que expresa con mayor claridad con los medios que él elija aquello
que desea. Un buen artista es aquel que descompone la obra y
toma decisiones frente a cada parte que la compone, así opte por el azar.
[1] HEGEL, Lecciones sobre la estética. p.
79
[2] BENJAMIN,
Walter. La obra de arte en la época de su
reproductibilidad técnica. Cap. 2
[3] Ibid. Cap.
3
[4] KRAUSS,
Rosalind. La originalidad de la
Vanguardia. p. 182.
[5]
DANTO, Arthur. Más allá de la caja Brillo.
p. 21.
[6] Idem.
[7] Ibid. 23
[8] Ibid. 24
[9] Ibid.
216. Paréntesis propio.
[10] BOZAL,
Valeriano (editor). Estética después del
fin del arte: ensayos sobre Arthur Danto. p. 110.
[11] Idem.
[12] DANTO,
Arthur. Más allá de la caja Brillo. p. 25
[13]
Ibid. 24
[14]
Idem.
[15]
Ibid. 25
[16]
BOZAL, Valeriano (editor). Estética
después del fin del arte: ensayos sobre Arthur Danto.
p. 132
[17] GENETTE, Gérard. La obra de arte. p. 10.
Bibliografía:
- DANTO, Arthur. Más allá de la Caja Brillo. Madrid: Akal, 2003.
- BENJAMIN, Walter. "La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica". En: Discursos Interrumpidos I. Buenos Aires: Taurus, 1989.
- KRAUSS, Rosalind. “La originalidad de la Vanguardia”. En: La originalidad de la Vanguardia y otros mitos modernos. Madrid: Alianza Editorial, 1985.
- HEGEL, Lecciones sobre la estética, Madrid: Akal, 1989.
- BOZAL, Valeriano (editor). Estética después del fin del arte: ensayos sobre Arthur Danto. Madrid : A. Machado Libros, 2005.
- GENETTE, Gérard. La obra de arte. Barcelona: Lumen, 1997.
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