Historiografía del Arte 2013-1
Crítica comparativa de los textos de:
GOMBRICH, Ernst Hans. "La fuerza del hábito". En: El sentido del orden. Estudio sobre la psicología de las artes decorativas, Madrid: Debate, 1999, pp. 171-194.
SAN CRISTÓBAL, Antonio. "Pilastras con modillones en las portadas limeñas". En: Lima: Estudios de la arquitectura virreinal. Lima: Epígrafe, 1992, pp. 183-204.
Samuel Enrique Amorós Castañeda
SAN CRISTÓBAL, Antonio. "Pilastras con modillones en las portadas limeñas". En: Lima: Estudios de la arquitectura virreinal. Lima: Epígrafe, 1992, pp. 183-204.
Samuel Enrique Amorós Castañeda
Hubiera
deseado enfocarme en textos que tratasen la manera como una obra arquitectónica
ha podido influir en la creación o en el modelado de un espacio urbano, pero a
pesar de la intensa búsqueda que realicé, solamente pude ubicar uno referido al
caso limeño, mas no otro que incumbiera el ámbito europeo de los siglos pasados,
a excepción del caso de la plaza de San Pedro del Vaticano, pero me pareció
excesivo en comparación con la modesta plazuela de San Agustín. Creo que es una
de las tantas tareas que me quedan pendientes en el mediano plazo. Así que
decidí centrarme en la portada y enfocarme en el aspecto ornamental, para
tratar de entender la razón por la cual se repiten muchos de sus elementos, aunque
con variaciones, en otras edificaciones de la ciudad. En este caso, el
especialista que realizó las últimas y trascendentales investigaciones fue
Antonio San Cristóbal, y es por eso que elegí uno de sus escritos sobre uno de
esos elementos. Pero hacía falta hallar un contrapeso entre los diferentes
teóricos del arte que hemos venido revisando en el curso. Encontrarlo constituyó
una labor complicada, porque la mayoría preferentemente trabajó el campo
pictórico, cuya relación es indirecta con el arquitectónico.
En
medio de esta situación, he considerado a la obra de Gombrich sobre la
percepción psicológica de las obras de arte es una ruta a seguir, es por ello
que El sentido del orden me parece un
texto fundamental para mi propio estudio, sobre todo el capítulo de escogí, porque reflexiona en torno a la
continuidad de las formas decorativas a lo largo de la historia, logrando
expandirse sin importar barreras geográficas o culturales, de forma tal que
empleando la terminología actual, me atrevería a denominarla como una de las
primeras globalizaciones. Estas artes decorativas han llegado a desarrollarse
al punto de constituir un lenguaje que resulta tan familiar que su uso se
convirtió desde hace milenios en repetitivo, pese a las múltiples variaciones
en el tiempo, porque consiguieron incorporarse como un hábito en la mente de
los artesanos y artistas en general. También es importante su carácter abierto
y carente de regionalismos para entender e interpretar a los diferentes
elementos ornamentales y arquitectónicos, que en conjunto logran establecer lo
que se conoce como un lenguaje artístico.
En abierta contraposición se ubica
el contenido del escrito de San Cristóbal, no tanto porque se refiera a un
particular elemento arquitectónico y ornamental, sino porque persigue
destacarlo como una de las puntas de lanza con las cuales deseaba diferenciar a
las edificaciones limeñas virreinales no solo de sus equivalentes en el
territorio peruano, sino en todo el mundo occidental, para así rebatir los
prejuiciosos conceptos que consideran al barroco latinoamericano como el
resultado marginal de la arquitectura europea, que por consiguiente terminan
adjetivándolo de provincial. Este investigador peruano aporta en todas sus
publicaciones continuos detalles de primera mano, sobre la base del amplio
universo de las fuentes documentales inéditas que consultó y supo interpretar,
hasta el punto de redefinir el entendimiento general que se tenía de la
arquitectura virreinal. Sin embargo y a pesar de reconocerle indudables
méritos, no siempre concuerdo con todas sus apreciaciones.
Es interesante señalar la casi
carencia de escrúpulos que muestra Gombrich al emplear denominaciones que
suelen contener una carga negativa, como sucede con la palabra remedo, que
siempre he considerado como el sinónimo de una mala copia. Por el contrario,
este autor la despoja de aquel sentido y más bien creo que la usa con cierto
sarcasmo, provocándonos y cuestionándonos. Es por eso que cuando se refiere a
la transformación del poste y dintel de madera en la columna y el entablamento
de piedra dice que: “[…] los orígenes de
la tradición clásica en arquitectura radican en el ‘remedo’, solo que esta vez
es un material más caro pero duradero, el mármol, el utilizado para simular la
tradicional estructura de madera. […] ¿Qué
pudo haber sido, sino la tenacidad de
hábitos perceptuales que habían llegado a esperar ciertos elementos
estructurales?” (1999: 176), de esa manera, las obras de arquitectura
dejaron de ser efímeras y se prolongaron en el tiempo. Por el contrario, en la
arquitectura virreinal peruana y sobre todo, de la costa, fue bastante común el
proceso inverso, motivado por la escasez de canteras que abastecieran el
mercado con piedras de calidad, lo cual trajo como consecuencia un elevado
costo para quienes quisieron utilizarlas. La respuesta a ese inconveniente
estuvo en reproducir a esos mismos elementos estructurales no solo en madera,
sino en ladrillos y hasta en caña y yeso. Por ejemplo, en la portada de San
Agustín coexisten las dos expresiones, mientras que los dos primeros cuerpos
son de piedra, el tercero es de ladrillo y yesería, sin que aquella diferencia
de materiales rompa su unidad o sea notoria a simple vista.
Pero el argumento de la simple
repetición es condenado de plano por San Cristóbal, por eso rebusca en el
repertorio de elementos de la arquitectura virreinal un elemento que considera inédito
en Europa. “[…] replantearnos el problema
de si la arquitectura virreinal limeña ha sido provincial y repetitiva respecto
a la arquitectura europea; o por el contrario, ella ha generado su propio
desarrollo evolutivo autoalimentado.” (1992: 184). Pienso que así como
resulta absurdo y discriminatorio pensar en provincianismos con respecto a
centros difusores de una mal entendida autenticidad, también ocurre lo propio
con el excesivo recelo que plantea el autor rechazando cualquier influencia
externa, como si aquella situación le quitara méritos al producto final.
San Cristóbal se enfoca entonces en
el estudio pormenorizado de las pilastras con “modillones[1]”,
que es importante definir antes de continuar. Debo señalar que el término
modillón es completamente impropio, porque solo se denominan así a cada una de
las pequeñas ménsulas que soportan el voladizo del entablamento correspondiente
a los órdenes corintio y compuesto propuestos por los Tratados de arquitectura
del Renacimiento. Recordemos que una ménsula, como elemento estructural, además
de arquitectónico y ornamental, tiene por constante formal el predominio del
voladizo sobre su altura. En la documentación virreinal (siglos XVII y XVIII)
se utilizaba el vocablo “motilo” para
designar al elemento asociado con las pilastras que refiere San Cristóbal, y es
posible que se tratase de un limeñismo que hoy está en completo desuso, pero el
autor creyó conveniente reemplazarlo por modillón, porque en su definición más
simple del Diccionario de la Lengua Española[2]
solo se lo entiende como un elemento en voladizo, por el contrario, mientras
que todos los diccionarios especializados en arquitectura precisan el concepto
con las características dimensionales ya indicadas; pero además, San Cristóbal
parece haber elegido aquel vocablo porque tiene un sonido medianamente
parecido. Pero veamos cuáles son las características formales que tienen los “motilos” que todavía subsisten en Lima.
En primer lugar, el voladizo es generalmente inferior a la altura del elemento,
o en su defecto igual. En segundo lugar, tiene un aspecto curvo, que de perfil
puede parecer una “S”, cuyos extremos se enrollan en volutas y solo en eso se
asemeja a los auténticos modillones. Ambas características constituyen lo que
propiamente se conoce hoy en día como una cartela, la misma que los emperadores
romanos emplearon hace siglos en la clave de sus arcos triunfales[3].
La particularidad del empleo de estos elementos en la arquitectura virreinal
limeña está constituida por su peculiar ubicación como el capitel de las
pilastras, en reemplazo de cualquiera de los correspondientes a los cinco
órdenes, inclusive, en sucesivas ocasiones, también llegó a reemplazar por
completo la basa de aquellos soportes.
Aquella pilastra limeña tan
particular, bien podría ser entendida como una corrupción de la forma pura
correspondiente a la arquitectura europea, inclusive esa podría ser la causa
por la cual fue prácticamente soslayada por los investigadores de la
arquitectura virreinal peruana del siglo pasado. En paralelo con este punto,
conviene recordar lo que indica Gombrich, cuando se refiere a la
descalificación que hicieron los teóricos del Renacimiento de las columnas
románicas, cuando en verdad solo se trataba de una variación que prolongaba una
tradición que venía desde la Antigüedad: “Es
aquí donde la tenacidad de las tradiciones ofrece una ventaja inesperada. Tan sólo
donde se forman las expectativas, éstas pueden también ser confirmadas con toda
seguridad, desechadas frívolamente o rebasadas en plena majestad.” (1999:
177). Podemos hablar de una tradición en Lima y la costa sur del Perú en el
empleo de estas pilastras con “modillones”, hasta el punto de presentarse en
múltiples formas, que van desde las completamente lisas, hasta las ornamentadas
con motivos vegetales y antropomorfos. A pesar que el propio San Cristóbal no
las considera dentro de su catalogación[4],
conviene resaltar, a las pilastras del tercer cuerpo de la portada de San
Agustín con “modillones” por capiteles, pero con el añadido que en la
superficie frontal muestran seres antropomorfos, que propiamente constituyen
figuras angélicas. Sin embargo, y tomando en consideración las anteriores
palabras de Gombrich, si encuentro una mutua coincidencia con San Cristóbal
cuando este último se refiere al origen histórico de tales pilastras
virreinales, “Lo que sucede es que las
pilastras con modillones no fueron asumidas de los tratados clásicos; sino que
evolucionaron a partir de ciertos elementos arquitectónicos manieristas
plasmados en Lima a principios del siglo XVII.” (1992: 192). Aquí el autor
se refiere a la ornamentación manierista de los vanos, de acuerdo a la cual, se
disponía una cartela (como ya señalé que debería denominarse) a los costados de
las esquinas superiores, de manera que se tenía simétricamente a dos cartelas,
que sostenían la cornisa que servía de culminación de todo el tratamiento
ornamental. Este punto de partida, tal vez a pesar de la intención manifiesta
de San Cristóbal, enlaza indisolublemente al elemento ornamental con la
tradición europea.
Es aquí cuando creo que el subtítulo
“Modalidades de las pilastras en las
portadas” (ídem: 197), del texto de San Cristóbal requiere de una
explicación que trasciende al propio autor. ¿Por qué fueron utilizadas múltiples
veces en las más variadas formas y tipologías?, hasta el extremo que su
presencia fue constante en la arquitectura de las portadas barrocas de Lima, para
convertirse en un rasgo distintivo que la diferencia de las iglesias de otras
ciudades. Pero el autor no se formula aquella pregunta, tan solo me parece que
tácitamente le atribuye al gusto generalizado su empleo masivo, pero esta simple
explicación puede ser ampliada si tomamos en cuenta a Gombrich cuando indica
que: “[…] todo patrón legado por la
tradición llega, con el tiempo, a estar dotado de aquellos adornos y
embellecimientos que, al hacerlo más impresionante, facilitan su trasmisión.
[…] el artesano no se sentirá inclinado a
‘razonar el por qué’ de que sus herramientas y patrones se ajusten a unos
moldes, y moldes es lo que él hará.” (1999: 180). Sobre la base de la
impresión causada en la percepción del artífice, los elementos arquitectónicos
y ornamentales han sido repetidos con infinitas variaciones a lo largo de la
historia y es imposible que el caso de Lima escapara a ese automatismo, que a
final de cuentas es parte de lo que Konrad Lorenz llama “ritualización” (ídem: 179), es decir, que el aprendizaje de un
oficio implica saber transmitir a la siguiente generación las formas aceptadas,
a lo cual también se incorpora el público como el receptor de aquellas prácticas
y es a partir de entonces que logran generarse hábitos colectivos en la
sociedad. Ellos son los que rechazarán los cambios radicales, porque la suma de
esos hábitos constituye la tradición, que finalmente se enlaza con la identidad
de una nación. Pero aquello, también puede llevar a un conservadurismo, como
apunta Gombrich, “[…] La resistencia al
cambio en la tecnología y en el arte, tan deplorada por críticos y
reformadores, debe ser sintomática de una necesidad profundamente sentida.”
(Ídem: 180). La necesidad por mantener un contexto conocido o lo que es el pensamiento
inverso, o sea, el miedo y la inestabilidad que puede generar lo nuevo, es lo
que muchas veces ha permitido la persistencia de los hábitos, hasta de los más
descabellados.
Gombrich dedica la última parte del
capítulo a destacar la labor y el método elaborado por Alois Riegl, quien: “Al igual que el etimólogo que busca las
raíces de una palabra determinada a lo largo de la historia de varias lenguas,
Riegl consiguió identificar motivos básicos detrás de unas apariencias
cambiantes.” (1999: 181). Riegl se empeñó en el estudio de la palmeta y su
remoto origen en la representación del loto del antiguo Egipto, que luego fue
modificada al recibir la influencia del arte cretense, que le incorporó la
forma ondulante de la voluta, para extenderse con aquella fisonomía hasta
Grecia y Mesopotamia. Pero la historia de la palmeta no culmina allí, los griegos
no dudaron en convertirla en una forma estilizada de hoja de acanto, la misma
que ornamenta los capiteles corintios, “[…] si
se contemplaban ciertas formas antiguas se podía ver que el llamado acanto no
era, realmente, ni más ni menos que la antigua palmeta convertida en una hoja.”
(Ídem: 185). De manera que cuando los griegos comenzaron a manejar la palmeta
heredada de los cretenses, no dudaron en aportarle una variación que la
enriqueció al punto de alejarla significativamente de su fisonomía inicial.
Podemos decir que si bien la palmeta se origina de una forma natural,
presumiblemente de la flor de la madreselva, luego se estiliza y llega a
convertirse en un esquema alejado de la forma inicial, pero en todo ese camino
se producen híbridos que de por sí constituyen bifurcaciones de una continuidad
evolutiva, porque no se trata de buscar eslabones de una cadena que tampoco
tiene que ser lineal, esa es una de las principales objeciones al método de
Rielg, tal y como señala Gombrich, quien además agrega:
“Evidentemente, la etimología de
los motivos todavía ofrecería interesantes problemas para la investigación, y
desde luego para la demostración, de la interdependencia de todas las
civilizaciones del mundo. Y este flujo no seguía una sola dirección, pues hay
varios motivos que se desarrollaron en China y se filtraron a Occidente.”
(Ídem: 190)
Justamente esta fue la cita que me
hizo pensar en las artes decorativas como los primeros elementos de la
globalización y creo que allí radica su mayor potencial, hasta ahora
insospechado y poco desarrollado.
Gombrich también destaca el método
de Riegl por considerar a los ornamentos como seres vivos, es decir, con
voluntad propia[5], para
contraponerse así a la teoría materialista de la decoración, personificada en
el pensamiento de Gottfried Semper, que se fundamentaba tan solo en la técnica
como la única y espontánea generadora de los motivos ornamentales. De ahí la
explicación del surgimiento del Kunstwollen.
“Había que demostrar que esta
fuerza inherente invadía todas las manifestaciones artísticas de un periodo o
estilo determinados. Una vez que fuese posible demostrar que la arquitectura y
la escultura, el diseño y el ornamento obedecían a un principio unificador, el
espectro del ‘materialismo’ seguramente podría darse por definitivamente
ahuyentado.” (1999: 193)
Algo similar a lo propuesto por
Riegl acerca de una continuidad evolutiva, es lo que intentó esbozar San
Cristóbal cuando señalaba tres momentos en el uso de las pilastras con
“modillones”, que confusamente no considera como necesariamente cronológicos[6].
Así, precisa un primer momento manierista, inicialmente circunscrito a la
carpintería, pero que luego se incorporó a la arquitectura, para utilizarse de
la misma forma que ocurría en Europa, colocando un “modillón” a cada lado de
los vanos, todavía sin apreciarse la existencia debajo de ella de una pilastra.
A continuación se produce una variación, por la cual adquiere mayor volumen del
elemento ornamental, mientras que paralelamente comienza a patentizarse la
presencia de la pilastra, pero todavía se encuentra enlazada a formar parte de
la composición de un vano y los recuadros de molduras que lo acompañan. Por
último, la pilastra con “modillones” se independiza de los vanos, se incorpora
completamente al segundo cuerpo de una portada y conforma propiamente un
soporte que le otorga continuidad estructural a las columnas del primer cuerpo.
Este último paso evolutivo es el que rescata el autor como un aporte original,
pero a mi juicio comete una seria omisión, porque olvida a todos los
antecedentes europeos, no se trata de un elemento completamente nuevo, sino de
una variación, que evidentemente refleja la adopción de un hábito surgido en el
Viejo Mundo. Lo peor de todo es que las pilastras con “modillones” que tanto enaltece
el autor como un aporte limeño, ya eran en España conocidas y fueron empleadas
cuando menos, desde mediados del siglo XVI, este aspecto constituye un grave
cuestionamiento al planteamiento general del autor, que si bien no invalida por
completo su reflexión, indudablemente le resta crédito, por haber no haber
investigado a profundidad el uso del elemento en otros latitudes, ignorando la
existencia de anteriores ejemplares en la península. En todo caso, prefiero
destacar como la fuerza del hábito del uso de las pilastras con “modillones”
consiguió vencer enormes distancias geográficas para trasladarse hasta Lima, en
donde encontró un terreno fértil en donde proliferar y convertirse en una
tradición que cubrió las portadas de las edificaciones religiosas por dos
siglos, un tiempo mucho más prolongado del que logró perdurar en la península.
Para finalizar, quisiera destacar
los aspectos que deseo utilizar en el desarrollo de mi tema de tesis de los
textos de Gombrich y San Cristóbal, pero entre los cuales no he encontrado
contraposiciones ni coincidencias. Comenzaré con el primero de los nombrados.
Leyéndolo he hallado una cita que me hace pensar en el efecto que producen los
fustes salomónicos u ondulantes de la portada de San Agustín:
“[…] la línea ondulada es
infinitamente adaptable a cualquier zona que deba rellenar, permitiendo
contracciones o extensiones, extendiéndose a lo largo de bordes o bien ocultando
una interrupción. […] Perceptivamente,
la línea ondulada dista de ser simple debido a las interacciones fluctuantes
entre figura y fondo que surgen al pasar nuestra mirada de un pandeo a otro, o
de un hueco al siguiente. Además, cualquier configuración diagonal es,
perceptivamente, menos fácil de captar que la conexión horizontal o vertical.”
(Ídem: 184)
En el objeto de estudio de mi tesis,
la marcada verticalidad de la portada resulta atenuada por la compleja línea
ondulada de los soportes de los dos primeros cuerpos, que además están
profusamente ornamentados con motivos vegetales en toda la superficie. Sin
embargo, las pilastras con cartelas (o “modillones” según San Cristóbal) del
tercer cuerpo regresan a la línea recta para definirlos. Es como si la
apariencia de absoluta libertad que expresan los soportes inferiores se viera
rigidizada por las conservadoras líneas verticales de las pilastras. Eso mismo
genera un sugestivo contrapunto entre las formas.
Antonio San Cristóbal dice sobre el
caso del barroco limeño que “[…] ninguna
portada menor de Lima acogió las columnas salomónicas o las cariátides propias
de los retablos; mientras que los retablos limeños no dieron cabida a las
pilastras planas con modillones.” (1992: 204). Por una portada menor, se entiende
a cualquiera de las correspondientes a las pequeñas iglesias parroquiales y de
monjas, que al contar con menores recursos económicos que las órdenes
religiosas masculinas, no pudieron pagar por el costo de una obra monumental.
Pero lo verdaderamente interesante de la cita es resaltar, una vez más, cómo la
portada de San Agustín de Lima reúne a las columnas salomónicas de los retablos
en los dos primeros cuerpos, junto con las pilastras con “modillones” de las
portadas menores en el tercero, consiguiendo una síntesis interpretativa de la
producción artística de ese momento del siglo XVIII.
[1] De aquí en adelante usaré la denominación entre
comillas porque como explicaré a continuación, la considero totalmente
inapropiada.
[2] “Miembro voladizo sobre el que se asienta una cornisa o alero, o los
extremos de un dintel.” (2001, Tomo 7: 1030).
[3] He desarrollado aquella problemática en el
siguiente enlace: http://urp-instituto-patrimonio-cultural.blogspot.com/2013/01/la-cartela-historia-y-confusion.html
[03-07-2013]
[4] La cita con la que discrepo es la siguiente: “No es suficiente con citar los modillones
superiores de la portada principal de San Agustín, por cuanto su función como
niños-cargadores de la última cornisa no corresponde a los modillones sobre las
pilastras en los segundos cuerpos de las portadas barrocas limeñas.” (1992:
189). Como ya indiqué, no se trata de niños, pero tampoco soportan algún peso,
solo están adosados al elemento ornamental que sirve de culminación de la
pilastra, por ello no tiene sustento la descalificación del autor.
[5] Propiamente, la cita se refiere al loto en
particular: “Al estudiar las vicisitudes
del loto que se convertía sucesivamente en palmeta, acanto y arabesco, empezó a
pensar en él como si estuviese dotado de vida y voluntad propias.” (1999:
193)
[6] “Hay un segundo momento estrictamente evolutivo que no es necesariamente
el segundo en orden cronológico, […]” (1992: 194). Tal vez él mismo no
estaba seguro que la continuidad de la pilastra con “modillón” siguiera la
secuencia que proponía para Lima.
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